Cada individuo es un mundo 

Los grandes descubrimientos científicos y tecnológicos dan a nuestra vida la posibilidad de ser más longevos de nuestros padres y abuelos. Y sin embargo, no obstante el progreso, vivimos peor, víctimas de un sutil malestar que nos consume interiormente.

El hecho es que el mundo en el que vivimos cambia, día a día, a una velocidad nunca alcanzada antes, y nuestra mente tiene dificultad para seguirle el ritmo, acostumbrada como está a los ritmos lentos de la evolución natural. Fatigamos, pero no podemos ceder, no podemos desviarnos y mucho menos disminuir la velocidad. Los diarios, la televisión y la publicidad nos empujan a ser cada vez más bellos y vencedores. Somos muchos los que sufrimos esta dificultad, pero vamos adelante lo mismo, haciendo como si nada. Y entretanto aquel sutil malestar, aquel susurro que nos dice "detente", queda en el fondo, ignorado, negado. Libre de crecer y transformarse en un grito.

Insomnio, dolor de cabeza, dolores articulares, descompensaciones cardíacas, gastritis, miedos improvisos, depresiones, explosiones de emociones incontrolables... aumentan el malestar del alma, porque vivimos emarginando dentro de nosotros aquellos sentimientos que nos vuelven máximamente humanos, porque obligamos nuestro cuerpo a ritmos devastadores, a dietas y gimnasias inhumanas para conseguir ideales inalcanzables... y nos olvidamos de aquello verdaderamente importante: el respeto por nuestros sentimientos y nuestras emociones.

Todo ello tiene un costo. Aquella parte de nosotros que tratamos de cancelar nos recuerdan su existencia a través de los síntomas físicos o psíquicos, que son campanillas de alarma, un modo para enviarnos una señal que nos dice: Basta! No puedes ir adelante de ese modo!

Para la mayor parte de la gente la respuesta más común de frente a estos malestares es aquella, humanísima, de la búsqueda de una varita mágica, de una poción milagrosa que resuelva todo sin tener que aplicarnos en una fatigosa búsqueda interna de las verdaderas causas del malestar.

La medicina, pensamos, debe resolver nuestros problemas con el simple hecho de tragar una píldora. Buscamos así curar el síntoma y nos olvidamos de la persona que hay detrás del mismo, nos olvidamos de nosotros mismos, pensando que "estar bien" signifique "funcionar bien", ser eficientes. El riesgo es aquél del "sepulcro blanqueado": cuerpos bellísimos y -aparentemente- perfectamente eficientes que pierden el contacto con el propio yo interior. Los observadores más atentos han lanzado la alarma: "terapias cosméticas", así le llaman, medicinas usadas como maquillaje, medicinas para parecer sanos, para cubrir los síntomas sin atacar las causas, para fingir que todo va bien.

Así, de frente a un dolor de cabeza por demasiada tensión, o a un dolor de estómago por estrés, eliminamos el dolor y no nos damos cuenta de que aquel dolor era simplemente un mensaje, y el síntoma, hecho callar, deberá encontrar otra salida, otro modo aún más rumoroso para hacerse sentir. Así la náusea puede transformarse en gastritis, el respiro afanoso en descompensación respiratoria... Un embudo sin fin, una espiral autodestructiva.

La medicina natural en general y la Floriterapia en particular dan vuelta este concepto visual: los síntomas se eliminan resaliendo a las causas interiores, reconstruyendo la íntima armonía que es el único camino para conseguir el verdadero bienestar.

Pero no se esperen milagros, no piensen poder quedarse sentados a esperar que la sanación llegue por sí misma, no es éste el espíritu de una medicina que se ocupa del cuerpo y del alma vistos indisolublemente unidos.

La Floriterapia puede ser una válida ayuda en el giro del propio mundo interior. Una flor es un catalizador de conciencia, no elimina un síntoma sino que lo reequilibra, armonizando toda la personalidad. Si un director de orquesta siente un instrumento que suena mal, no aleja al músico del grupo, trata de afinar su instrumento o su música con aquellos de los demás. Cada uno de nosotros canta su propia canción, y si hay una parte de nosotros que desafina, podemos ayudarla, quizás a través de un camino de sufrimientos, pero volviéndonos cada vez más conscientes de que la música existe y está ahí, y que es aquella que tenemos que buscar. Utilizar la Floriterapia significa entrar en un proceso dinámico, significa aprender a preguntarse qué cosa verdaderamente no funciona en nuestra vida. Buscar la Flor que nos cura significa mirarse para adentro, conocerse a sí mismo. Todo esto puede parecerle difícil a quien no lo ha hecho nunca antes, pero es el único verdadero camino.

Y luego se vive mejor, más serenos, más sanos.

"Adónde está mi alma?", pregunta un discípulo al maestro zen. "Del otro lado del mundo", le responde el maestro. Para encontrarse a sí mismos hay que hacer la vuelta del mundo a sì mismos, para hallarse dentro, y no afuera de sí.